sábado, 22 de octubre de 2016

De ciertos signos por los que el hombre puede saber si Dios le llama o no a la contemplación. La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


En primer lugar, examínese el hombre a sí mismo y vea si ha hecho todo lo que está en su poder para purificar su conciencia de pecado deliberado […]. Si está satisfecho de su labor, todo va bien. Pero, para estar más seguro, examine si le atrae más la simple oración contemplativa que cualquier otra devoción espiritual. Y entonces, si su conciencia no le deja en paz en ninguna obra, tanto exterior como interior, hasta que hace de este secreto y pequeño amor dirigido a la nube del no-saber su principal preocupación, es señal de que Dios le llama a esta actividad. Pero si faltan estos signos, te aseguro que no llama.

No digo que todos los llamados a la contemplación vayan a sentir el impulso del amor de una forma continua y permanente desde el principio, pues no es este el caso. De hecho, el joven aprendiz de contemplativo puede dejar de experimentarlo completamente por diversas razones. A veces Dios puede quitarlo con el fin de que no comience a presumir que es cosa suya, o que lo puede controlar a voluntad. Semejante presunción es orgullo. 

Siempre que se retira la sensación de la gracia, la causa es el orgullo. Pero no necesariamente porque uno haya cedido al orgullo, sino porque si esta gracia no se retirara de cuando en cuando, el orgullo echaría ciertamente raíces. Dios en su misericordia protege al contemplativo en este camino, aunque algunos neófitos insensatos lleguen a pensar que se ha convertido en su enemigo. No aciertan a ver cuán verdadera es su amistad. Otras veces Dios puede retirar su don cuando el joven aprendiz avanza despreocupado y comienza a considerarlo como algo natural. Si esto sucede, se verá muy probablemente abrumado por amargas congojas y remordimientos. Pero ocasionalmente nuestro Señor puede diferir su devolución, de manera que habiendo sido perdido y encontrado de nuevo pueda ser más hondamente apreciado.

Uno de los signos más claros y ciertos por los que una persona puede saber si ha sido llamada a esta actividad es la actitud que detecta en sí cuando ha vuelto a encontrar el don perdido de la gracia. Pues, si después de una larga demora e incapacidad para ejercer esta actividad, siente que su deseo hacia ella se renueva con mayor pasión y un anhelo más profundo de amor -tanto más si (como pienso a menudo) el dolor que sintió por su pérdida le parece como nada al lado de su alegría por haberlo encontrado de nuevo-, no tema equivocarse al creer que Dios le llama a la contemplación, sin tener en cuenta la clase de persona que es ahora o ha sido en el pasado. Dios no ve con sus ojos misericordiosos lo que eres ni lo que has sido, sino lo que deseas ser. San Gregorio declara que «todos los santos deseos se elevan en intensidad con la demora de su cumplimiento, y el deseo que se desvanece con la demora nunca fue santo». Pues si un hombre experimenta cada vez menos alegría cuando descubre nuevamente la súbita presencia de los grandes deseos que había abrigado anteriormente, esto es señal de que su primer deseo no era santo. Sintió posiblemente una tendencia natural hacia el bien, pero esta no ha de confundirse con el deseo santo. San Agustín explica lo que quiero decir con deseo santo, cuando afirma que «la vida entera del buen cristiano es un santo deseo».

Cap. 75

Del abandono y de la posesión de Dios.- Maestro Eckhart (1.260 - 1.328)


"Aquél que es tal como debe ser, en verdad se encuentra bien en todas partes y con todas las demás personas. Pero aquél que no es tal como debe ser no se encuentra bien en ninguna parte ni entre los otros. Mas aquél que es tal como debe ser tiene a Dios, en verdad, junto a sí; y aquél que posee a Dios, en verdad, lo posee en todo lugar, en la calle y en la compañía de quien quiera que fuese del mismo modo que en la iglesia, en la soledad o en su celda. Si lo posee verdaderamente, y sólo a él, nada puede estorbarlo.

[…] Porque en la medida en que estás en Dios, estás en paz. En la medida en que estás lejos de Dios, no estás en paz. Tanto en Dios, tanto en paz. Hasta qué punto estás en Dios o no lo estás, reconócelo por el hecho de tener paz o no tenerla. Si no tienes paz, ello significa, necesariamente, que no estás en Dios, porque la ausencia de paz viene de la criatura, no de Dios. Del mismo modo, no hay en Dios nada que temer: todo lo que está en Dios no puede más que ser amado. Del mismo modo no hay nada de él que pueda producir tristeza.

[…] Y del mismo modo que ninguna multiplicidad puede distraer a Dios, así nada puede distraer ni dispersar a este hombre, y él es uno en el Uno en quien toda multiplicidad es una no-multiplicidad.

[…] Pero aquél en que Dios no habita verdaderamente, que debe buscar a Dios en lo exterior, en esto y en aquello, que busca a Dios en la diversidad, en las obras o en las personas o en los lugares, no posee a Dios.

[…] Esta verdadera posesión de Dios se sitúa en el espíritu, en la intención interior y espiritual dirigida hacia Dios, no en un pensamiento continuo y siempre semejante porque esto le sería imposible o muy difícil a la naturaleza y no sería tampoco lo mejor. El hombre no debe contentarse con un Dios que él piensa, porque cuando el pensamiento se desvanece, Dios se desvanece también. Bien por el contrario, se debe poseer a un Dios en su esencia, muy por encima de los pensamientos del hombre y de toda criatura. Este Dios no se desvanece, a menos que el hombre se aparte voluntariamente de él. 

Quien posee así a Dios en su esencia capta a Dios según el modo de Dios. Para él Dios resplandece en todas las cosas. Todas las cosas tienen para él el gusto de Dios. Él ve su imagen en todas las cosas. En él brilla Dios en todo tiempo. En él se realiza una separación y un abandono de todo y la imagen de su Dios, bienamado y presente, se imprime en él. […] Este hombre no busca el reposo, porque ninguna inquietud lo agita".

Instrucciones espirituales


La Iglesia de dimensión secreta y celeste.- Jean-Marc Vivenza


“El cristianismo se establece sobre el reencuentro íntimo entre Dios y el alma, es la experiencia concreta sutil y silenciosa de la Presencia divina en lo íntimo de la criatura, en tanto que la religión depende de una exterioridad conforme a las leyes de este mundo condenada al tiempo y al espacio, solo reposa sobre el oficio ceremonial de la eucaristía, forma aparente del santo sacrificio, mientras que el Divino Reparador se da a cada uno de sus elegidos mucho más sustancialmente en lo interno, en  un acto sagrado de inmolación no ostensible de su cuerpo y de su sangre, haciendo que las sagradas especies que ha prometido a sus discípulos pidiéndoles su conmemoración, sean conferida de forma totalmente espiritual”.  

[…]

“No hay pues rechazo a lo que representa la Iglesia en su estado fundamental en el pensamiento de Saint-Martin, sino acceso, apertura y devoción hacia una Iglesia de dimensión secreta y de naturaleza celeste, la santa esposa de Cristo, aquella que permanece unida en tanto que cuerpo místico a la persona misma del Divino Reparador, pero de forma íntima”.

“La Iglesia y el sacerdocio según Louis-Claude de Saint-Martin”