lunes, 28 de noviembre de 2016

El amor propio, máximo obstáculo que nos retarda para llegar al sumo bien.- Tomás de Kempis (1.380-1.471)


1. Hijo mío, es necesario que lo des todo por el Todo, y no ser nada de ti mismo.

2. Has de saber que el amor propio te es más perjudicial que cualquier otra cosa del mundo. Según sea el amor y afición que tengas a las cosas circundantes, estarás más o menos adherido a ellas.

3. Si tu amor fuere puro, simple y bien ordenado, no serás esclavo de cosa alguna. No ambiciones lo que no te es lícito poseer. No codicies lo que puede poner trabas a tu alma y arrebatarte la libertad interior.

4. Es realmente extraño, por lo absurdo, que no te abandones libremente a Mí con todo tu corazón y con todo lo que puedas tener y desear.

5. ¿Por qué te consumes en vana tristeza¿Por qué te fatigas con cuitas superfluasObra en todo de acuerdo con mi querer, y no tendrás que lamentar ninguna pérdida.

6. Si tienes preferencias en todo, y si, en atención a tus conveniencias y por seguir tu propia voluntad, quieres estar en una u otra parte, nunca tendrás momento de reposo, ni estarás libre de inquietudes.

7. Porque en todas las cosas indistintamente se ocultan deficiencias, y en todas partes y dondequiera que vayas habrá siempre quien se oponga a tus deseos.

8. Por eso la quietud y sosiego del alma consisten, no en la satisfacción exterior de uno o más deseos, sino más bien en despreciar y cortar de raíz esos mismos deseos [mundanos] del corazón.

9. Y no debes entender por esos apetitos solamente el ansia de dinero y la avidez en amontonar riquezas, sino también la sed insaciable de honores, de aplausos y lisonjas, cosas todas que se esfuman con la existencia [Sic transit gloria mundi].

10. Mal podrá defenderte el medio ambiente y la condición del lugar, si no te anima el fervor de espíritu. No durará mucho tiempo la paz buscada por defue­ra, si falta el verdadero fundamento y la virtud del corazón.

11. Es decir, que si no descansas en Mí, puedes cambiar de lugar, pero no puedes mejorarte a ti. Porque nada más que se te ofrezca una oportunidad, la aprovecharás sin duda; y entonces hallarás aquello mismo de que huías, y aún mucho más.


Oración para implorar la pureza de corazón y la sabiduría celestial

12. Confírmame, Dios mío, en la gracia del Espíritu Santo. Dame fuerza para afianzar en mí el hombre interior y vaciar mi corazón de toda inútil solicitud y congoja.

13. Que no me Sienta atraído por los vanos deseos de cualquier cosa de este mundo, sea despreciable o preciosa, antes las considere todas como transitorias, y a mí mismo como quien ha de pasar también juntamente con ellas.

14. Porque no hay nada estable bajo el sol, en donde todo es vanidad y aflicción de espíritu. ¡Oh, qué sabio es el que sabe justipreciar así las cosas!

15. Dame, Señor, la celeste sabiduría, para que aprenda a ir siempre en tu buscaanteponiéndote a todas las cosas, a gustarte y amarte sobre todas, y a conocerlas, no sólo como son en sí mismas, sino según la estima que de ellas haces en tu infinita sabiduría.

16. Concédeme, Señor, que con prudencia sepa declinar las palabras de quien me acaricia con lisonjas y sepa sufrir al adversario que me acosa.

17. Porque es gran sabiduría no moverse complacido al soplo de cualquier viento de palabras, ni prestar oídos al canto engañoso de la sirena tentadora; sólo así se anda seguro por el camino emprendido.

Imitación de Cristo
Libro Tercero, Cap. 27

domingo, 27 de noviembre de 2016

Que durante la oración contemplativa todas las cosas creadas y sus obras han de ser sepultadas bajo la nube del olvido.- La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


Si deseas entrar en esta nube, permanecer en ella y proseguir la obra de amor de la contemplación, a la cual te estoy urgiendo, tienes que hacer otra cosa. Así como la nube del no-saber está sobre ti, entre ti y tu Dios, de la misma manera debes extender una nube del olvido por debajo de ti, entre ti y todo lo creado. La nube del no-saber te dejará quizá con la sensación de que estás lejos de Dios. Pero no, si es auténtica, sólo la ausencia de una nube del olvido te mantiene ahora alejado de él. Siempre que digo «todas las criaturas», me refiero no sólo a todo lo creado, sino a todas sus circunstancias y actividades: No hago excepción alguna. Tu obligación es no vincularte a criatura alguna, sea material o espiritual, ni a su situación ni hechos, sean buenos o malos. Para expresarlo brevemente, durante este trabajo has de abandonarlos a todos ellos bajo la nube del olvido.

Pues aunque en ciertos momentos y circunstancias es necesario y útil detenerse en situaciones y actividades concretas que atañen a personas y cosas, durante esta actividad es casi inútil. El pensamiento y el recuerdo son formas de comprensión espiritual en las que el ojo del espíritu se abre y se cierra sobre las cosas como el ojo del tirador sobre su objetivo. Pero te insisto en que todo aquello en lo que te detienes durante esta actividad resulta un obstáculo para la unión con Dios. Pues si tu mente está bloqueada con estas preocupaciones, no hay lugar para él.

Y con toda la debida reverencia, llego hasta a afirmar que es completamente inútil pensar que puedes alimentar tu obra contemplativa considerando los atributos de Dios, su bondad o su dignidad; o pensando en nuestra Señora, los ángeles o los santos; o en los goces del cielo, por maravillosos que sean. Creo que este tipo de actividad ya no te sirve para nada. Desde luego, es laudable reflexionar sobre la bondad y el amor de Dios y alabarle por ello. Sin embargo, es mucho mejor que tu mente descanse en la conciencia de él mismo, en su existencia desnuda y le ame y le alabe por lo que es en sí mismo.

[...]

Deja, pues, que tu devoto, gracioso y amoroso deseo avance, decidida y alegremente, más allá de esto, llegando a penetrar la oscuridad que está encima. Sí, golpea esa densa nube del no-saber con el dardo de tu amoroso deseo y no ceses, suceda lo que suceda.
Cap. 5 y 6

sábado, 26 de noviembre de 2016

De la simplicidad de la contemplación; que no se ha de adquirir por el conocimiento o la imaginación.- La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


Esta actividad [contemplativa] no lleva tiempo aun cuando algunas personas crean lo contrario. En realidad es la más breve que puedes imaginar; tan breve como un átomo, que a decir de los filósofos es la división más pequeña del tiempo. El átomo es un momento tan breve e integral que la mente apenas si puede concebirlo. No obstante, es de suma importancia, pues de esta medida mínima de tiempo se ha escrito: «Habréis de responder de todo el tiempo que os he dado». Y esto es totalmente exacto, pues tu principal facultad espiritual, la voluntad, sólo necesita esta breve fracción de un momento para dirigirse hacia el objeto de su deseo.

Si por la gracia fueras restablecido a la integridad que el hombre poseía antes de pecar, serías dueño total de estos impulsos. Ninguno de ellos se extraviaría, sino que volaría al único bien, meta de todo deseo, Dios mismo. Pues Dios nos creó a su imagen y semejanza, haciéndonos iguales a él, y en la Encarnación se yació de su divinidad, haciéndose hombre como nosotros. Es Dios, y sólo él, quien puede satisfacer plenamente el hambre y el ansia de nuestro espíritu que, transformado por su gracia redentora, es capaz de abrazarlo por el amor. Él, a quien ni hombre ni ángeles pueden captar por el conocimiento, puede ser abrazado por el amor. El intelecto de los hombres y de los ángeles es demasiado pequeño para comprender a Dios tal cual es en sí mismo.

Intenta comprender este punto. Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar.

Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor. Tal es el incesante milagro del amor: una persona que ama, a través de su amor, puede abrazar a Dios, cuyo ser llena y trasciende la creación entera. Y esta maravillosa obra del amor dura para siempre, pues aquel a quien amamos es eterno. Cualquiera que tenga la gracia de apreciar la verdad de lo que estoy diciendo, que se tome a pecho mis palabras, pues experimentar este amor es la alegría de la vida eterna y perderlo es el tormento eterno.

Quien, con la ayuda de la gracia de Dios, se da cuenta de los movimientos constantes de la voluntad y aprende a dirigirlos hacia Dios, nunca dejará de gustar algo del gozo del cielo, incluso en esta vida. Y en el futuro, ciertamente lo saboreará plenamente. ¿Ves ahora por qué te incito a esta obra espiritual?

Si el hombre no hubiera pecado, te habrías aficionado a ella espontáneamente, pues el hombre fue creado para amar y todo lo demás fue creado para hacer posible el amor. A pesar de todo, el hombre quedará sanado por la obra del amor contemplativo. Al fallar en esta obra se hunde más a fondo en el pecado y se aleja más de Dios. Pero, perseverando en ella, surge gradualmente del pecado y se adentra en la intimidad divina.

Por tanto, está atento al tiempo y a la manera de emplearlo. Nada hay más precioso. Esto es evidente si te das cuenta de que en un breve momento se puede ganar o perder el cielo. Dios, dueño del tiempo, nunca da el futuro. Sólo da el presente, momento a momento, pues esta es la ley del orden creado. Y Dios no se contradice a sí mismo en su creación. El tiempo es para el hombre, no el hombre para el tiempo. Dios, el Señor de la naturaleza, nunca anticipará las decisiones del hombre que se suceden una tras otra en el tiempo. El hombre no tendrá excusa posible en el juicio final diciendo a Dios: «Me abrumaste con el futuro cuando yo sólo era capaz de vivir en el presente».

Veo que ahora estás desanimado y te dices a ti mismo: «¿Qué he de hacer? Si todo lo que dice es verdad, ¿cómo justificaré mi pecado? Tengo 24 años y hasta este momento apenas si me he dado cuenta del tiempo. Y lo que es peor, no podría reparar el pasado aunque quisiera, pues según lo que me acaba de enseñar, esa tarea es imposible por naturaleza, incluso con la ayuda de la gracia ordinaria. Sé muy bien, además, que en el futuro probablemente no estaré más atento al momento presente de lo que lo he estado en el pasado. Estoy completamente desanimado. Ayúdame por el amor de Jesús».

Bien has dicho «por el amor de Jesús». Pues sólo en su amor encontrarás ayuda. En el amor se comparten todas las cosas, y si amas a Jesús, todo lo suyo es tuyo. Como Dios, es el creador y dispensador del tiempo; como hombre, aprovechó el tiempo de una manera consciente; como Dios y hombre es el justo juez de los hombres y de su uso del tiempo. Únete, pues, a Jesús, en fe y en amor de manera que perteneciéndole puedas compartir todo lo que tiene y entrar en la amistad de los que le aman. Esta es la comunión de los santos y estos serán tus amigos: nuestra Señora, santa María, que estuvo llena de gracia en todo momento; los ángeles, que son incapaces de perder tiempo, y todos los santos del cielo y de la tierra, que por la gracia de Jesús emplean todo su tiempo en amar. Fíjate bien, aquí está tu fuerza. Comprende lo que digo y anímate. Pero recuerda, te prevengo de una cosa por encima de todo. Nadie puede exigir la verdadera amistad con Jesús, su madre, los ángeles y los santos, a menos que haga todo lo que está en su mano con la gracia de Dios para aprovechar el tiempo. Ha de poner su parte, por pequeña que sea, para fortalecer la amistad, de la misma manera que esta le fortalece a él.

No debes, pues, descuidar esta obra de contemplación. Procura también apreciar sus maravillosos efectos en tu propio espíritu. Cuando es genuina, es un simple y espontáneo deseo que salta de repente hacia Dios como la chispa del fuego. Es asombroso ver cuántos bellos deseos surgen del espíritu de una persona que está acostumbrada a esta actividad. Y sin embargo, quizá sólo una de ellas se vea completamente libre de apego a alguna cosa creada. O puede suceder también que tan pronto un hombre se haya vuelto hacia Dios, llevado de su fragilidad humana, se encuentre distraído por el recuerdo de alguna cosa creada o de algún cuidado diario. Pero no importa. Nada malo ha ocurrido: esta persona volverá pronto a un recogimiento profundo.

Pasamos ahora a la diferencia entre la obra contemplativa y sus falsificaciones tales como los ensueños, las fantasías o los razonamientos sutiles. Estos se originan en un espíritu presuntuoso, curioso o romántico, mientras que el puro impulso de amor nace de un corazón sincero y humilde. El orgullo, la curiosidad y las fantasías o ensueños han de ser controlados con firmeza si es que la obra contemplativa se ha de alumbrar auténticamente en la intimidad del corazón. Probablemente, algunos hablarán sobre esta obra y supondrán que pueden llevarla a efecto mediante ingeniosos esfuerzos. Probablemente forzarán su mente e imaginación de un modo no natural y sólo para producir un falso trabajo que no es ni humano ni divino. La verdad es que esta persona está peligrosamente engañada. Y temo que, a no ser que Dios intervenga con un milagro que la lleve a abandonar tales prácticas y a buscar humildemente una orientación segura, caerá en aberraciones mentales o en cualquier otro mal espiritual del demonio engañador. Corre, pues, el riesgo de perder cuerpo y alma para siempre. Por amor de Dios, pon todo tu empeño en esta obra y no fuerces nunca tu mente ni imaginación, ya que por este camino no llegarás a ninguna parte. Deja estas facultades en paz.

No creas que porque he hablado de la oscuridad y de una nube pienso en las nubes que ves en un cielo encapotado o en la oscuridad de tu casa cuando tu candil se apaga. Si así fuera, con un poco de fantasía podrías imaginar el cielo de verano que rompe a través de las nubes o en una luz clara que ilumina el oscuro invierno. No es esto lo que estoy pensando; olvídate, pues, de tal despropósito. Cuando hablo de oscuridad, entiendo la falta o ausencia de conocimiento. Si eres incapaz de entender algo o si lo has olvidado, ¿no estás acaso en la oscuridad con respecto a esta cosa?

No la puedes ver con los ojos de tu mente. Pues bien, en el mismo sentido, yo no he dicho «nube», sino «nube del no-saber». Pues es una oscuridad del no-saber que está entre ti y tu Dios.
Cap. 4

viernes, 25 de noviembre de 2016

El "sensorium" espiritual y sus grados…- Karl von Eckartshausen (1752-1803)


La verdad absoluta no existe para el hombre de los sentidos, sólo existe para el hombre interior y espiritual, el cual posee un sensorium propio, o, dicho más claramente, posee un sentido interior para percibir la verdad absoluta del mundo trascendental, un sentido espiritual que percibe los objetos espirituales tan natural y objetivamente como el sentido exterior percibe los objetos exteriores.

Este sentido interior del hombre espiritual, este sensorium del mundo metafísico, por desgracia, aún no lo conocen aquellos que están afuera, se trata de un misterio del reino de Dios.

[…]

Este órgano interno es el sentido intuitivo del mundo trascendental y, antes de que este sentido de la intuición esté abierto en nosotros, no podemos tener ninguna certeza objetiva de la verdad más elevada. Este órgano ha sido cerrado a causa de la caída que arrojó al hombre al mundo de los sentidos. La materia grosera, que envuelve este sensorium, es una nube que cubre el ojo interior e incapacita al ojo exterior para la visión del mundo espiritual. Esta misma materia ensordece nuestro oído interior, de modo que ya no oímos los sonidos del mundo metafísico, y paraliza nuestra lengua interior de manera que tampoco podemos ni balbucear las palabras de fuerza del espíritu que pronunciábamos en otro tiempo, por las que dominábamos la naturaleza exterior y los elementos.

En la apertura de este sensorium espiritual está el misterio del Hombre Nuevo, el misterio de la Regeneración y de la unión más íntima del hombre con Dios; éste es el fin más elevado de la religión aquí abajo, de esta religión cuyo fin más sublime es unir a los hombres con Dios, en Espíritu y en Verdad.

[…]

El sensorium externo del hombre está compuesto de una materia corruptible, mientras que el sensorium interior tiene por sustrato fundamental una substancia incorruptible, trascendental y metafísica.

El primero es a causa de nuestra depravación y mortalidad, el segundo es el principio de nuestra incorruptibilidad e inmortalidad.

En los dominios de la naturaleza material y corruptible, la mortalidad esconde la inmortalidad; así, la materia corruptible y perecedera, es la causa de nuestro estado miserable.

Para que el hombre sea liberado de esa aflicción, es necesario que el principio inmortal e incorruptible que está en su interior se exteriorice y absorba el principio corruptible, a fin de que la envoltura de los sentidos sea destruida y que el hombre pueda aparecer en su pureza original.

Esta envoltura de la naturaleza sensible es una substancia esencialmente corruptible que se encuentra en nuestra sangre, forma los lazos de la carne y esclaviza nuestro espíritu inmortal bajo esta carne frágil.

Esta envoltura puede romperse en mayor o menor medida en cada hombre, lo que da a su espíritu una mayor libertad para llegar a un conocimiento más preciso del mundo trascendental.

Hay tres grados sucesivos en la apertura de nuestro sensorium espiritual.

  1. El primer grado nos eleva al plano moral y al mundo trascendental y opera en nosotros a través de impulsos interiores llamados inspiraciones.
  2. El segundo grado, que es más elevado, abre nuestro sensorium para recibir lo espiritual y lo intelectual; en este grado el mundo metafísico actúa en nosotros a través de iluminaciones interiores.
  3. El tercer grado, que es el más elevado y el menos común, abre totalmente al hombre interior. Nos revela el Reino del Espíritu y nos posibilita para experimentar, objetivamente, las realidades metafísicas y trascendentales; ello explica el fundamento de todas las visiones.

Así pues, tenemos el sentido y la objetividad tanto en el interior como en el exterior. Lo que ocurre es que los objetos y los sentidos son diferentes. En el exterior, es el móvil animal y sensual el que actúa en nosotros y la materia corruptible de los sentidos quien sufre su acción.

En el interior, es la sustancia indivisible y metafísica la que penetra en nosotros y es el ser incorruptible e inmortal de nuestro espíritu quien recibe sus influencias. Pero, en general, las cosas pasan con tanta naturalidad en el interior como en el exterior; la ley es la misma en todas partes.

Así como el espíritu, o nuestro hombre interior, tiene otro sentido y otra objetividad distinta al hombre natural, no extraña que constituya un enigma para los sabios de nuestro siglo, pues no conocen este sentido y nunca han tenido la percepción objetiva del mundo trascendental y espiritual. Por eso, miden lo sobrenatural por el rasero de los sentidos, confunden la materia corruptible con la substancia incorruptible y sus juicios son necesariamente falsos al emitirlos sobre un objeto para cuya percepción no tienen sentidos ni objetividad ni tampoco, por consiguiente, verdad relativa ni verdad absoluta.

[…]

Muchos hombres no tienen ninguna idea acerca de la apertura de este sensorium interior, como tampoco la tiene del objeto verdadero e interior de la vida del espíritu, que ni conocen ni presienten.

De aquí que les sea imposible saber que se puede aprehender lo espiritual y lo trascendental; y que podemos ser elevados hasta la visión de lo sobrenatural.

La verdadera edificación del templo consiste en destruir la miserable cabaña adámica y en construir el templo de la divinidad; o sea, en otros términos, desarrollar en nosotros el sensorium interno o el órgano que recibe a Dios; después de este desarrollo, el principio metafísico e incorruptible reina sobre el principio terrestre y el hombre empieza a vivir, no ya en el principio del amor propio, sino en el Espíritu y en la Verdad de quienes él es el templo.

Entonces, la ley moral se convierte en amor al prójimo y en un hecho; mientras que no es para el hombre natural, exterior y de los sentidos más que una simple forma de pensamiento. El hombre espiritual, regenerado en espíritu, lo ve todo en el ser, del que el hombre natural no tiene más que las formas vacías del pensamiento, el sonido vacío, los símbolos y la letra, que son imágenes muertas, sin espíritu interior.

El fin más elevado de la religión es la íntima unión del hombre con Dios, y esta unión es posible incluso aquí abajo; pero sólo lo es por la apertura de nuestro sensorium interior y espiritual que dispone nuestro corazón para recibir a Dios.

Estos son grandes misterios que la filosofía ni siquiera sospecha, y cuya clave no puede encontrarse entre los sabios de escuela.


La Nube sobre el Santuario, Primera Carta

miércoles, 9 de noviembre de 2016

El primer principio de la ciencia que cultivamos es el deseo.- Louis-Claude de Saint-Martin (1743 - 1803)


El primer principio de la ciencia que cultivamos es el deseo. En ningún arte temporal, ningún operario jamás consiguió, sin cierta asiduidad, un trabajo y una continuidad de esfuerzos para llegar a conocer las diferentes partes del arte que se propone abrazar. Sería, por lo tanto, inútil pensar que se puede llegar a la sabiduría sin deseo, visto que la base fundamental de esa sabiduría no es sino el deseo de conocerla, que hace vencer todos los obstáculos que se presentan para bloquear la salida, y no debe parecer sorprendente que ese deseo sea necesario, una vez que es positivamente el pensamiento contrario a ese deseo el que separa a todos aquellos que procuran entrar en ese conocimiento”.
(Instrucciones a los Hombres de Deseo, Iª Instrucción)

La principal unidad que deberíamos tratar de establecer en nosotros es la unidad de deseo, por la cual el ardor de nuestra regeneración se convierte para nosotros en una pasión tan dominante que absorbe todos nuestros apegos y nos arrastra, a nuestro pesar, de tal manera que todos nuestros pensamientos, todos nuestros actos, todos nuestros movimientos están constantemente subordinados a esta pasión dominante. De esta unidad fundamental veremos brotar una multitud de unidades más, que deben regirnos con el mismo dominio, cada una de ellas según su clase, o, por decirlo mejor, todas estas unidades distintas están tan vinculadas unas con otras que se suceden y se apoyan mutuamente, sin que jamás se resulten extrañas entre sí”. 
El Hombre Nuevo, 21

No os apeguéis nada más que a los deseos que os envíe la sabiduría. Los conoceréis por la tranquilidad que harán que nazca en vuestro corazón y por la luz que los acompañará, ya que serán los hijos de la luz. La sabiduría no envía jamás deseos al corazón del hombre, sin mandarle, al mismo tiempo, todos los medios necesarios para satisfacerlos, ya que ella es la unidad y no realiza ni engendra nada más que la unidad y no puede actuar nada más que en sus propias leyes, que están todas recopiladas en esta unidad. Desconfiad, pues, de los deseos que solo procedan de vuestra propia sabiduría. Los reconoceréis por los movimientos impetuosos e inquietos que excitan en vosotros, así como por las innumerables dificultades que acompañarán a su realización, que no podrá producirse jamás sin retrasar, al menos temporalmente, vuestro avance por el sendero simple y libre de la verdad.
El Hombre Nuevo, 38

No te relajes, hombre de deseo, porque el Dios de los seres no tiene inconveniente en venir a hacer una alianza con tu alma ni tiene inconveniente en venir a realizar con ella esta generación divina y espiritual en la que él te aporta los principios de vida y quiere encargarte del cuidado de darles la forma. Si quisieras observarte con atención, notarías que todos estos principios divinos de la esencia eterna deliberan y actúan con fuerza dentro de ti, cada uno de ellos según su virtud y su carácter; te darías cuenta de que puedes unirte a esas fuerzas supremas, hacerte uno con ellas, transformarte en la naturaleza activa de su acción y ver que todas tus facultades crecen y se avivan por multiplicidades divinas; sentirías que estas multiplicidades se mantienen y crecen en ti todos los días, porque la impresión que habían transmitido a tu ser los principios de vida las atraería cada vez más y, al final, estos principios no harían en realidad más que atraerse ellos mismos en ti, puesto que te habrían asimilado a ellos. 

Podrías, por tanto, hacerte una idea de los futuros placeres, cuyas primicias estarías ya saboreando. Tendrías deliciosos presentimientos de que, gracias a los favores misericordiosos del que te ha creado y quiere regenerarte, tu entrada en la vida está como garantizada por él y tú puedes decir, con una santa seguridad inspirada: no se me ha dado mi alma en vano; se ha dignado hacer que renazca, para aplicarla a la obra activa a la que mi sublime emanación me daba derecho a aspirar y me promete además hacerme recoger algún día los frutos de la tierra que él mismo ha querido cultivar por mis manos. ¡Que este Dios de todo poder y de todo consuelo sea por siempre honrado por los hombres, como debería ser y como sería si fuese mejor conocido!
El Hombre Nuevo, 8

Cómo se ha de hacer la contemplación...- La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


He aquí lo que has de hacer. Eleva tu corazón al Señor; con un suave movimiento de amor, deseándole por sí mismo y no por sus dones. Centra tu atención y deseo en él y deja que sea esta la única preocupación de tu mente y tu corazón. Haz todo lo que esté en tu mano para olvidar todo lo demás, procurando que tus pensamientos y deseos se vean libres de todo afecto a las criaturas del Señor o a sus asuntos tanto en general como en particular. Quizá pueda parecer una actitud irresponsable, pero, créeme, déjate guiar; no les prestes atención.

Lo que estoy describiendo es la obra contemplativa del espíritu. Es la que más agrada a Dios. Pues cuando pones tu amor en él y te olvidas de todo lo demás, los santos y los ángeles se regocijan y se apresuran a asistirte en todos los sentidos, aunque los demonios rabien y conspiren sin cesar para perderte. Los hombres, tus semejantes, se enriquecen de modo maravilloso por esta actividad tuya, aunque no sepas bien cómo. Las mismas almas del purgatorio se benefician, pues sus sufrimientos se ven aliviados por los efectos de esta actividad. Y por supuesto, tu propio espíritu queda purificado y fortalecido por esta actividad contemplativa más que por todas las demás juntas. En compensación, cuando la gracia de Dios llegue a entusiasmarte, se convierte en la actividad más liviana y una de las que se hacen con más agrado. Sin su gracia, en cambio, es muy difícil y, casi diría yo, fuera de tu alcance.

Persevera, pues, hasta que sientas gozo en ella. Es natural que al comienzo no sientas más que una especie de oscuridad sobre tu mente o, si se quiere, una nube del no-saber. Te parecerá que no conoces ni sientes nada a excepción de un puro impulso hacia Dios en las profundidades de tu ser. Hagas lo que hagas, esta oscuridad y esta nube se interpondrán entre ti y tu Dios. Te sentirás frustrado, ya que tu mente será incapaz de captarlo y tu corazón no disfrutará las delicias de su amor.

Pero aprende a permanecer en esa oscuridad. Vuelve a ella tantas veces como puedas, dejando que tu espíritu grite en aquel a quien amas. Pues si en esta vida esperas sentir y ver a Dios tal como es, ha de ser dentro de esta oscuridad y de esta nube. Pero si te esfuerzas en fijar tu amor en él olvidando todo lo demás -y en esto consiste la obra de contemplación que te insto a que emprendas-, tengo la confianza de que Dios en su bondad te dará una experiencia profunda de sí mismo.

Cap. 3


De los cuatro grados de la vida cristiana...- La Nube del No-Saber, Anónimo del siglo XIV.


Mi querido amigo: quisiera comunicarte cuanto he observado sobre la vida cristiana. En general, esta parece avanzar a través de cuatro etapas de crecimiento que yo llamo la común, la especial, la singular y la perfecta. Las tres primeras pueden iniciarse y mantenerse en esta vida mortal, pero la cuarta, aunque iniciada aquí, continuará sin fin hasta la alegría de la eternidad. ¿Te das cuenta de que he colocado estas etapas dentro de un orden concreto? Lo he hecho porque creo que nuestro Señor en su gran misericordia te está llamando a avanzar siguiendo sus pasos. Descubro la llamada que te hace en el deseo hacia él, que arde en tu corazón.

Tú sabes que durante un tiempo vivías la forma común de la vida cristiana en una existencia mundana y rutinaria con tus amigos. Pero creo que el amor eterno de Dios, que te creó de la nada y te redimió de la maldición de Adán por medio del sacrificio de su sangre, no podía consentir que vivieras una vida tan común alejada de él.

De este modo, con delicadeza exquisita, despertó el deseo dentro de ti y, atándolo rápidamente con la rienda del ansia amorosa, te atrajo más cerca de él, con esa manera de vivir que he llamado especial. Te llamó a ser su amigo y, en compañía de sus amigos, aprendiste a vivir la vida interior con más perfección de lo que era posible en la vida común u ordinaria.

¿Hay algo más? Sí, pues creo que, desde el principio, el amor de Dios por ti fue tan grande que su corazón no pudo quedar ni tan siquiera satisfecho con esto. ¿Qué hizo? ¿No ves con qué amabilidad y suavidad te ha traído a la tercera vía, la vida singular? Sí, ahora vives en el centro más profundo y solitario de tu ser aprendiendo a dirigir tu ardiente deseo hacia la forma más alta y definitiva de amor que he llamado perfecta.

Cap. 1

lunes, 7 de noviembre de 2016

La vía del Corazón según Louis-Claude de Saint-Martin (1743 - 1803)


La única iniciación que predico y que busco con todo el ardor de mi alma es aquella por la que podemos penetrar en el corazón de Dios, y hacer entrar el corazón de Dios en nosotros, para hacer un matrimonio indisoluble que nos haga el amigo, el hermano y la esposa de nuestro Divino Reparador. No hay otro medio para llegar a esta santa iniciación que el de sumergirse, cada vez más, hasta las profundidades de nuestro ser y de no retroceder hasta que no hayamos alcanzado a obtener la viva y vivificante raíz, porque entonces todos los frutos que tendremos que llevar, según nuestra especie, se producirán naturalmente en nosotros y fuera de nosotros, tal como vemos que ocurre para nuestros árboles terrestres, porque están adheridos a su raíz particular, de la que no dejan de bombear la savia. Este es el lenguaje con el que os he escrito en todas mis cartas y, seguramente, cuando esté en vuestra presencia, no podré comunicaros misterio más amplio y más propio que el que os avanzo. Y tal es la ventaja de esta preciosa verdad, que se la puede hacer correr de un extremo al otro del mundo y hacerla resonar en todos los oídos, sin que los que pudiesen escucharla puedan obtener otro resultado que no fuera sacarle provecho, o dejarla ahí, sin embargo, sin excluir los desarrollos que podrían nacer en nuestras entrevistas y nuestras conversaciones, pero de los cuales estáis ya tan abundantemente provisto por nuestra correspondencia, y todavía más por los minuciosos tesoros de nuestro amigo B [Böhme] que, en conciencia, no puedo creerle en la escasez, y que temeré todavía menos para usted en el futuro, si quisierais poner de relieve vuestros excelentes fundamentos. Es, con este mismo espíritu que os contestaré sobre los diferentes puntos que me invitáis a aclarar en mis nuevas empresas. La mayoría de estos puntos son relativos a estas iniciaciones por las cuales he pasado en mi primera escuela, y que he dejado desde hace tiempo para dedicarme a la única iniciación que sea realmente según mi corazón. Si he comentado estos puntos en mis antiguos escritos, fue en el ardor de esa juventud, y por el imperio que cogió sobre mí la costumbre diaria de verlos tratar y preconizar por mis maestros y mis compañeros.

Pero hoy en día podré, menos que nunca, llevar a alguien lejos sobre algún asunto, cuando yo me desvío de él cada vez más; además, no sería de casi ninguna utilidad para el público, el cual, en efecto, en simples escritos, no podría recibir sobre aquello suficientes luces, y además no tendría ningún guía para dirigirle: estos tipos de claridades deben pertenecer a aquellos que son llamados a usarlas por orden de Dios, y para la manifestación de su gloria, y cuando son llamados de esta manera no hay que preocuparse acerca de su instrucción, porque reciben entonces sin ninguna dificultad y sin ninguna oscuridad mil veces más nociones, y nociones mil veces más seguras que las que un simple aficionado como yo pudiese darles sobre estos fundamentos. Querer hablar de ello a otros, y sobre todo al público, es querer estimular en balde una vana curiosidad, y querer trabajar más bien por la gloria del escritor que por la utilidad del lector; ahora bien, si me equivoqué en este sentido en mis escritos, me equivocaría todavía más si quisiera persistir en caminar con este mismo pie: así mis nuevos escritos hablarán mucho de esta iniciación central, la cual, a través de nuestra unión con Dios, puede enseñarnos todo lo que debemos saber, y muy poco de la anatomía descriptiva de estos delicados puntos sobre los cuales desearíais que llevara mis miradas, y los cuales no debemos tener en cuenta más que porque se encuentran incluidos en nuestra circunscripción y en nuestra administración.

Os diré que en las generaciones espirituales de todo género, este efecto os debe parecer natural y posible puesto que las imágenes que tienen relaciones con sus modelos deben siempre tender a acercarse a él. Es por esta vía que se dirigen todas las operaciones teúrgicas, o se emplean los nombres de los espíritus, sus signos, sus caracteres, todas las cosas que, pudiendo ser dadas por ellos, pueden tener relaciones con ellos; por ahí caminaban los sacrificios levíticos; por ahí, sobre todo, debe caminar la ley de nuestra iniciación central y divina, por la cual, presentándola a Dios tan pura como podamos, el alma que nos ha dado y que es su imagen, debemos atraer el modelo sobre nosotros y formar así la unión más sublime que jamás haya podido hacer ninguna teúrgia ni ninguna ceremonia misteriosa que llenan todas las demás iniciaciones. En cuanto a su pregunta sobre el aspecto de la luz o de la llama elemental para obtener las virtudes que le sirven de camino, debéis ver que entran absolutamente en lo teúrgico, y en lo teúrgico que emplea la naturaleza elemental, y como tal, la creo inútil y extraña a nuestro verdadero teurgismo, donde no se necesita más llama que nuestro deseo, ni más luz que la de nuestra pureza. Esto no prohíbe sin embargo los conocimientos muy profundos que podéis encontrar en B. [Böhme] acerca del fuego y sus correspondencias; hay tema para sacar provecho de vuestras especulaciones; los conocimientos más activos sobre este punto deben nacer en las operaciones espirituales sobre los elementos; y con esto, no tengo más que añadir”.

Extracto de su Carta a Kirchberger, 19 de Junio de 1797.

"Cuando el fuego del corazón haya inflamado mi corazón y haya quemado mis ríñones, cuando los hombres de Dios hayan preparado todos los sentidos de mi alma, cuando el óleo santo haya realizado mi consagración exterior e interior, entonces entrará en mí el Señor y se paseará dentro de mí, igual que paseaba en otro tiempo por el jardín del Edén. Oiré a mi Dios, veré a mi Dios, comprenderé a mi Dios y sentiré a mi Dios. Él allanará los caminos por donde quiera hacer que camine su sabiduría, dispondrá mi corazón para poder morar en él como en un lugar de reposo y, cuando yo quiera alimentarme con las dulzuras de la virtud, con el imperio de las fuerzas y los poderes y con la deliciosa contemplación de la luz, tendré en cuenta al habitante celeste que morará en mí y Él, a su vez, me proporcionará todos estos bienes". 

El Hombre Nuevo, epígrafe 49.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Desarrollo de las fuerzas humanas.- Karl von Eckartshausen (1752-1803)


Cuantos más órganos tiene un cuerpo para la percepción, desarrollo y propagación de diversas influencias, más rica y perfecta es su existencia, pues hay más capacidad vital.

Hay algunas fuerzas que duermen en nosotros para las que no tenemos órganos y que, por consiguiente, no pueden actuar.

Estas fuerzas durmientes pueden ser despertadas, es decir, que podemos organizarnos de modo que estas fuerzas se vuelvan activas en nosotros.

Un órgano es una forma en la que actúa una fuerza, y toda forma se compone dirigiendo sus partes hacia la fuerza actuante.  

Organizarse para la acción de una fuerza significa, simplemente, dar a las partes una forma o situación determinada para que la fuerza pueda actuar en ellas. En esto consiste la organización.

Ahora bien, así como la luz no existe, en realidad, para el hombre que carece del órgano adecuado, de ojos para la luz, mientras que los que tienen este órgano gozan de ella, así muchos hombres no pueden gozar de lo que otros sí pueden. Quiero decir que un hombre puede estar organizado de tal modo que sienta, oiga, guste y vea cosas que otro no puede sentir, oír, gustar, ni ver, porque le falta el órgano adecuado.

En este caso, todas las explicaciones serían inútiles, pues uno mezclaría siempre las ideas recibidas a través de su órgano particular con las ideas del otro. Sólo se puede gustar y comprender algo en la medida que contacta con nuestras propias sensaciones.

Del mismo modo que recibimos todas nuestras ideas a través de los sentidos y que todas las operaciones de nuestra razón son abstracciones de impresiones sensibles, existen muchas cosas de las que no nos podemos hacer una idea porque carecemos de su sensación. Sólo aquello para lo que tenemos un órgano se vuelve sensible para nosotros.

Parece, pues, quedar demostrado que los hombres organizados para el desarrollo de las fuerzas superiores, sólo pueden dar una idea muy vaga de la verdad superior a los que no están organizados para ello. 

Así pues, todos nuestros escritos y discusiones sirven de poco. Los hombres deben, primeramente, organizarse para la percepción de la verdad.

Aunque escribiéramos para los ciegos folios enteros sobre la luz, estos no la verían mejor. Primero les hemos de dar el órgano de la vista.

Ahora, la pregunta es: ¿En qué consiste el órgano de percepción de la verdad? ¿Qué hace al hombre capaz de recibirla? 

Respondo: La simplicidad del corazón. Pues la simplicidad sitúa al corazón en una posición adecuada para recibir, con pureza, el rayo de la razón, que organiza el corazón para recibir la Luz.

La Nube sobre el santuario


jueves, 3 de noviembre de 2016

Jesucristo es el Sol espiritual.- Karl von Eckartshausen (1752-1803)


Si tu ojo fuera simple, resplandecería todo tu cuerpo” 
(Lc 11:34)


El ojo interior del hombre es la razón, “potentia hominis intellectiva mens”.

Si este ojo interior es iluminado por la luz divina, se convierte en el verdadero sol interior por el que conocemos todos los objetos.

Mientras la luz divina no ilumina este ojo, nuestro interior vive en las tinieblas. La aurora de nuestro interior comienza cuando esta luz se levanta.

El sol del alma ilumina nuestro mundo intelectual, como el sol exterior ilumina el mundo exterior.

Así como a la salida del sol exterior los objetos del mundo sensible se hacen poco a poco visibles, a la salida del sol espiritual los objetos intelectuales del mundo espiritual o razonable llegan a nuestro conocimiento.

Así como la luz exterior ilumina el camino de nuestra peregrinación, la luz interior nos ilumina la vía de la salvación. 

Pero, así como el ojo exterior del hombre está expuesto a diferentes peligros, el ojo interior también lo está.

El ojo interior debe conservarse sano, puro e inalterable; entonces, como el ojo exterior, podrá elevarse hacia el cielo. Del mismo modo que el ojo exterior puede mirar el firmamento, las estrellas y el sol, también el ojo interior puede ver todo el cielo, los ángeles y a Dios mismo, tal como está escrito: 

Sellada está sobre nosotros la luz de tu rostro” (Salmos 4:7). 

Haré pasar todo mi bien delante de tu rostro” (Éxodo 33:19).

¡Qué grande es el destino del hombre interior!

Su espíritu puede elevarse hasta los ángeles y las inteligencias supraangélicas, puede llegar hasta el trono de la divinidad y ver en sí mismo todas las magnificencias del mundo divino, espiritual y físico. “Aparta tu ojo, que no vea la vanidad” .

Retira tu alma, tu ojo interior, de todo lo que no sea Dios, ciérralo a la noche del error y del prejuicio, y no lo abras más que al Sol del mundo espiritual.

Jesuscristo es el Sol espiritual. Así como el sol exterior posee luz y calor, y lo vuelve todo visible y fructificante, este Sol interior hace que todo sea susceptible de ser conocido en el espíritu y activo en el corazón; pues la sabiduría y el amor son sus fuerzas, y la razón y la voluntad del hombre sus órganos. Él perfecciona nuestros poderes con la sabiduría y nuestra voluntad con el amor.

La Nube sobre el Santuario