martes, 11 de abril de 2017

"Es necesario que yo me vaya" (Jn 16:17).- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


En la vida de Cristo tenemos una poderosa ilustración de todo cuanto he intentado decir. Aunque no hubiera habido mayor perfección en esta vida que verle y amarle en su humanidad, no creo que hubiera ascendido a los cielos mientras perdurase este siglo, ni que retirara su presencia física de sus amigos de la tierra que tanto le amaban. Pero una más alta perfección era posible al hombre en esta vida: la experiencia puramente espiritual de amarle en su Divinidad. Por esta razón dijo a sus discípulos que estaban poco dispuestos a dejar su presencia física (lo mismo que tú estás poco dispuesto a dejar las reflexiones especulativas de tus sutiles y sabias facultades), que para su propio bien debía apartar su presencia física de ellos. Les dijo: «Es necesario que yo me vaya», dando a entender: «Es necesario para vosotros que yo me separe físicamente de vosotros». El santo doctor de la Iglesia, san Agustín, comentando estas palabras dice: «Si la forma de su humanidad no se hubiera quitado de sus ojos, el amor hacia él en su Divinidad nunca hubiera penetrado en sus ojos espirituales». Y por eso te digo que en cierto momento es necesario abandonar la meditación discursiva y aprender a gustar algo de esa profunda y espiritual experiencia del amor de Dios.

Abandonado a la gracia de Dios que te conducirá y te guiará, podrás llegar a esta honda experiencia de su amor siguiendo la senda que he trazado ante ti en estas páginas. Ello exige que tú te esfuerces siempre más y más por llegar a la conciencia desnuda de tu yo, ofreciendo constantemente tu ser a Dios como tu más preciado don. Pero te recuerdo una vez más: fíjate en que esté desnudo, no sea que caigas en el error. Cuanto más desnuda sea esta conciencia, más terriblemente doloroso te será al principio permanecer en ella cualquier duración de tiempo, ya que, como he explicado, tus facultades no encontrarán en ella alimento para sí mismas. Pero no hay daño en esto; de hecho, estoy complacido realmente. Sigue adelante. Déjalas que ayunen un poco de su natural deleite en conocer. Con razón se ha dicho que el hombre, por naturaleza, desea conocer. Pero, al mismo tiempo, es también verdad que ningún conocimiento natural o adquirido le llevará a gustar la experiencia espiritual de Dios, pues es un puro don de la gracia. Por eso te insto; ve en pos de la experiencia más que del conocimiento. Con respecto al orgullo, el conocimiento puede engañarte con frecuencia, pero este afecto delicado y dulce no te engañará. El conocimiento tiende a fomentar el engreimiento, pero el amor construye. El conocimiento está lleno de trabajo, pero el amor es quietud.

Quizá puedas decir: «¿Quietud? ¿De qué estará hablando? Todo lo que siento es zozobra y dolor, no descanso. Cuando intento seguir este consejo, el sufrimiento y la lucha me salen al encuentro por todos lados. Por un lado, mis facultades me azuzan a dejar esta obra, y yo no quiero; por otro, anhelo perder la experiencia de mí mismo y experimentar sólo a Dios, y no puedo. La lucha y el dolor me asaltan por todas partes. ¿Cómo puede hablar de descanso? Si esto es descanso, raro descanso es».

Mi respuesta es sencilla. Encuentras esta actividad difícil porque no estás acostumbrado a ella. Si estuvieras acostumbrado y comprendieras su valor, no la abandonarías por todos los goces materiales del mundo. Sí, lo sé, es difícil y trabajosa. Pero a pesar de ello, la llamo descanso porque tu espíritu descansa en una libertad alejada de toda duda y ansiedad acerca de lo que ha de hacer; y porque durante el tiempo real de la oración está seguro en el conocimiento de que no errará mayormente.

Así, pues, persevera en ella con humildad y gran deseo, ya que es una obra que comienza aquí en la tierra y que seguirá en la eternidad sin fin. Pido que Jesús todopoderoso te lleve a ti y a todos los que ha redimido con su preciosa sangre a su gloria. Amén.
23 y 24

lunes, 3 de abril de 2017

Cruzando el "océano espiritual" entre la carne y el espíritu.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Aprenderás a darte cuenta de que todo lo que he escrito sobre estas dos señales y sus maravillosos efectos es cierto. Y sin embargo, después de que hayas experimentado alguno de ellos, o quizá todos, llegará un día en que desaparezcan, dejándote, como si dijéramos, árido, o, en tu opinión, peor que árido. Habrá desaparecido tu nuevo fervor pero también tu habilidad para meditar como habías hecho durante tanto tiempo anteriormente. ¿Qué hacer entonces? Sentirás como si hubieras caído en alguna parte entre dos caminos sin tener ninguno, pero intentando agarrarte a los dos. Y así será, pero no te desanimes demasiado. Súfrelo humildemente y espera con paciencia para que nuestro Señor obre como quiera. Pues ahora te encuentras en lo que yo llamaría una especie de océano espiritual, en viaje desde la vida de la carne hasta la vida en el espíritu.

Durante este viaje surgirán sin duda grandes tempestades y tentaciones, dejándote aturdido y sin saber a qué camino volverte para encontrar ayuda, pues tu afecto se sentirá privado tanto de tu gracia ordinaria como de tu gracia especial. Te repito: no temas. Aun cuando pienses que tienes grandes motivos para temer, no te angusties. Por el contrario, mantén en tu corazón una cordial confianza en nuestro Señor, o, en todo caso, haz lo que puedas según las circunstancias. Ciertamente, él no está lejos y quizá en cualquier momento se volverá hacia ti tocándote más intensamente que en el pasado con una reavivación de la gracia contemplativa. Entonces, mientras dura, sentirás que estás curado y que todo va bien. Pero, cuando menos lo esperes, se irá de nuevo, y otra vez te sentirás abandonado en tu barco, de acá para allá, sin saber dónde. Vendrá a su propia hora. Con fuerza y más maravillosamente que antes vendrá en tu ayuda y aliviará tu angustia. Volverá tantas veces como se vaya.

Y si aguantas virilmente todo esto con amor dócil, cada venida será más maravillosa y más gozosa que la última. Recuerda que todo lo que hace, lo hace con una intención sabia; quiere que llegues a ser tan dúctil espiritualmente y tan moldeado a su voluntad como un fino guante de cabritilla a tu mano.

Y así, unas veces irá y otras vendrá, de manera que tanto con su presencia como con su ausencia pueda prepararte, educarte e introducirte en las profundidades secretas de tu espíritu para esta obra. En la ausencia de todo entusiasmo te enseñará el significado real de la paciencia. Desaparecido tu entusiasmo, podrás pensar que le has perdido también a él, pero no es así; sólo quiere enseñarte la paciencia. Mas no te equivoques sobre esto; Dios puede a veces retirar las suaves emociones, el entusiasmo gozoso y los ardientes deseos, pero nunca retira su gracia de los que ha elegido, excepto en caso de pecado mortal. Estoy seguro de ello. Por lo demás, las emociones, el entusiasmo y los deseos no son en sí mismos gracia, sino regalos de la gracia. Y estos los puede retirar con frecuencia, unas veces para fortalecer nuestra paciencia; otras, por otras razones, pero siempre para nuestro bien espiritual, aunque quizá nunca lo entendamos.

Debemos recordar que la gracia, en sí misma, es tan alta, tan pura y tan espiritual que nuestros sentidos y emociones son de hecho incapaces de experimentarla. El fervor sensible que experimentan son los regalos de la gracia, no la gracia misma.

Estos los retirará el Señor de vez en cuando para ahondar y madurar nuestra paciencia. También lo hace por otras razones, pero no entraré ahora en ellas. Sigamos más bien con nuestro tema.

Aunque puedas llamar a las delicias del fervor sensible la llegada del Señor, estrictamente hablando no es así. Nuestro Señor alimenta y fortalece tu espíritu por la excelencia, la frecuencia y la hondura de estos favores, que a veces acompañan a la gracia a fin de que puedas vivir perseverantemente en su amor y servicio. Pero él obra en dos sentidos. Por un lado aprendes la paciencia en su ausencia, y por otro te robusteces con el alimento generoso y vivificador que te proporcionan con su venida. Nuestro Señor te modela así por medio de ambos, hasta hacerte gozosamente dócil y tan suavemente plegable que pueda conducirte finalmente a la perfección espiritual y a la unión con su voluntad, que es el amor perfecto. Entonces estarás tan dispuesto y a punto para abandonar todo sentimiento de consuelo cuando él lo considere mejor, como a gozarlos sin cesar.

En este tiempo de sufrimiento, además, tu amor se hace casto y perfecto. Entonces podrás ver a tu Señor y su amor, y te convertirás en una sola cosa con él por su amor, experimentándole desnudamente en el ápice soberano de tu espíritu. Aquí, totalmente despojado del yo y vestido de nada más que de él, le experimentarás tal cual es, desnudo de todos los adornos de los deleites sensibles, aunque sean los placeres más suaves y sublimes de la tierra. Esta experiencia será ciega, como ha de ser en esta vida; sin embargo, con la pureza de un corazón indiviso, totalmente alejado de la ilusión y del error propio del hombre mortal, percibirás y sentirás que es él realmente y sin lugar a engaño.

La mente, finalmente, que ve y experimenta a Dios tal cual es en su desnuda realidad, no está más separada de él de lo que lo está de su propio ser, que, como sabemos, es uno en esencia y naturaleza. Pues así como Dios es uno con su ser, pues son una y la misma cosa por naturaleza, de la misma manera, el espíritu que ve y experimenta a Dios es uno con aquel a quien ve y experimenta, porque se han convertido los dos en uno por gracia.
20 y 21

domingo, 2 de abril de 2017

Signos y pruebas del despertar contemplativo.- El Libro de la Orientación Particular, Anónimo del siglo XIV


Después de todo lo que he dicho sobre las dos vocaciones a la vida de gracia, veo que surge una pregunta en tu mente. Quizá estés pensando algo parecido a esto:

«Dime, por favor, ¿hay uno o más signos que me ayuden a discernir este creciente deseo que siento por la oración contemplativa, y este embriagador entusiasmo que se apodera de mí siempre que oigo hablar o leo sobre él? ¿Es Dios realmente el que me llama a través de ellos a una vida más intensa de gracia tal como la has descrito en este libro, o es que los da como un simple alimento y fuerza para mi espíritu, de forma que pueda esperar sosegadamente y trabajar en esa gracia ordinaria que tú llamas la puerta y la entrada común para todos los cristianos?».

Contestaré lo mejor que pueda.

Ante todo, advertirás que te he dado dos clases de pruebas para discernir si Dios te llama o no espiritualmente a la contemplación. Una era interior y la otra exterior. Mi convicción es que para discernir un llamamiento a la contemplación, ninguna de las dos, por sí sola, es prueba suficiente. Han de ir juntas, indicando las dos la misma cosa, antes de que puedas confiar en ellas sin miedo de equivocarte.

La señal interior es ese deseo creciente por la contemplación que se mete constantemente en tus devociones diarias. Y puedo decirte además lo siguiente sobre este deseo. Es un ciego anhelo del espíritu y, sin embargo, viene acompañado de una especie de visión espiritual que persiste después de él, y que renueva el deseo y lo acrecienta. (Llamo ciego a este deseo, porque semeja la facultad de moción del cuerpo como en el tacto o al andar, que como tú sabes no se dirige directamente a sí mismo y es, por tanto, en cierto sentido, ciego). Así, pues, observa cuidadosamente tus devociones diarias y fíjate en lo que sucede. Si están llenas del recuerdo de tus propios pecados, de consideraciones de la Pasión de Cristo o de otra cosa cualquiera perteneciente a la forma ordinaria de oración cristiana que he descrito anteriormente, has de saber que la intuición espiritual que acompaña y sigue a este ciego deseo es fruto de la gracia ordinaria. Y esta es una señal segura de que Dios todavía no te mueve ni te llama a una vida más intensa de gracia. Te da, más bien, este deseo como alimento y fuerza para seguir esperando tranquilamente y actuando con la gracia ordinaria.

La segunda señal es exterior y se manifiesta como un entusiasmo gozoso que mana desde tu interior, siempre que oyes o lees sobre contemplación. La llamo exterior, porque se origina fuera de ti y entra en tu mente a través de las ventanas de tus sentidos corporales (tus ojos y tus oídos), cuando lees. Por lo que respecta al discernimiento de esta señal, fíjate en si persiste este gozoso entusiasmo, quedando contigo cuando has dejado tu lectura. Si desaparece inmediatamente o poco después y no te persigue en todo lo que haces, sábete que no es un toque especial de la gracia. Si no está contigo cuando vas a dormir y al levantarte, y si no va delante de ti, introduciéndose en todo lo que haces, encendiendo y robando tu deseo, no es la llamada de Dios a una vida más intensa de gracia, más allá de lo que llamo la puerta común y la entrada para todos los cristianos. En mi opinión, su misma transitoriedad demuestra que es simplemente la alegría natural que todo cristiano siente cuando lee u oye sobre la verdad y más especialmente una verdad como esta, que tan profunda y sutilmente habla de Dios y de la perfección del espíritu humano.

Pero si el gozoso entusiasmo que se apodera de ti cuando lees u oyes sobre la contemplación es realmente el toque de Dios que te llama a una vida más alta de gracia, notarás efectos muy diferentes. Será tan abundante que te acompañará al lecho por la noche y se levantará contigo por la mañana. Te seguirá a través del día en todo lo que hagas, penetrando en tus devociones diarias como una barrera entre ellas y tú.

Parecerá además que se presenta simultáneamente con ese ciego deseo que, mientras tanto, sigue creciendo silenciosamente en intensidad. El entusiasmo y el deseo pueden parecer ser parte uno de otro. Tanto es así, que llegarás a pensar que es solamente un deseo lo que tú sientes, aunque dudarás en decir qué es precisamente lo que estás deseando.

Tu personalidad quedará totalmente transformada, tu porte irradiará una belleza interior, y mientras lo sientas nada te entristecerá. Correrías mil kilómetros para hablar con otro del que supieras que efectivamente también lo siente, y, sin embargo, al llegar allí, te encontrarías sin palabras. Que otros digan lo que quieran, tu única alegría sería hablar de ello. Tus palabras serán pocas, pero tan fructuosas y tan llenas de fuego que lo poco que dices llenará al mundo de sabiduría (aunque parezca tontería a los que todavía son incapaces de trascender los límites de la razón). Tu silencio será pacífico, tu conversación provechosa y tu oración secreta en las profundidades de tu ser. Tu autoestima será natural y no estará estropeada por el engaño, tu comportamiento con los demás será cortés y tu risa alegre, como quien goza de todo con la alegría de un niño. Con qué ansia amarás el sentarte aparte, sabedor de que otros, que no comparten tu deseo y atracción, sólo te molestarían. Habrá desaparecido todo deseo de leer y escuchar libros, pues tu único deseo será oír hablar de la contemplación.

Así el deseo creciente de contemplación y el gozoso entusiasmo que te embarga cuando oyes o lees sobre ella se dan la mano y se hacen uno. Cuando estas dos señales (una interior y otra exterior) están de acuerdo, puedes confiar en ellas como prueba de que Dios te llama a entrar dentro y a comenzar una vida más intensa de gracia.

18-19