Piensa, en cambio, lo que ocurriría si, después de haber dejado
que entre en ti este enemigo de toda verdad, abrieses de
inmediato la puerta superior de tu ser
y fuese la propia verdad la que bajase a ella, siguiendo su vertiente natural.
Apartemos la vista de este cuadro o, por lo menos, no lo contemplemos más de lo
que sea útil y necesario para acumular en nosotros una fuerza mayor que la que
nos quedase todavía, después de los perjuicios tan grandes que ya le hubiésemos
producido a nuestro fiel amigo. Invoquemos
esta fuerza superior para que
venga a unirse a la de este amigo fiel y a la nuestra, para que este poder
triple caiga como un rayo sobre el predador y el funesto enemigo que hemos
dejado entrar en nosotros, para que les haga volver a sus abismos y cierre
después de un modo seguro esta puerta inferior que jamás deberíamos haber
abierto.
Ésa es, en realidad, la
obra del hombre nuevo durante su permanencia en el desierto: conseguir de lo
alto una llave poderosa para atar al enemigo en sus cavernas
tenebrosas, separar lo puro de lo impuro, como se le había ordenado a los hebreos, devolver la
respiración del aire celeste y Divino a este amigo fiel, a
quien el primer hombre hace respirar continuamente un aire infecto desde el crimen. Finalmente, es su
misión arrancar de las manos del enemigo las partes de los tesoros Divinos y
las chispas de la propia verdad que en otras ocasiones le
hemos dejado robar, cuando hemos abierto imprudentemente nuestra puerta superior,
si tomar la precaución de ahuyentar al enemigo a sus abismos y cerrarle con cuidado la puerta inferior.
Ésa es la labor que nos queda por cumplir desde que la debilidad
del hombre primitivo dejó que entrase la iniquidad en nuestros dominios. Cuando
él comió del árbol de la ciencia del bien y del mal, juntó, uno al lado del
otro, a su ser que habitaba en la luz y a su adversario que moraba en las
tinieblas. Ésta era la reunión monstruosa que quería impedir la sabiduría
Divina, advirtiéndole que no
comiese de este árbol de la ciencia del bien y del mal, que habría de darle la
muerte. Lo que tenemos que hacer nosotros ahora es la ruptura de esa asociación, si
queremos estar en condiciones de comer los frutos del árbol de la vida, sin
cometer la más abominable de las profanaciones.
Lo repito: este último cuadro sería demasiado lamentable y
demasiado desesperante para los que no
tuviesen todavía los ojos, la edad y la fuerza del hombre nuevo, y no podrían considerar, sin
peligro, las horribles
prostituciones a que han estado expuestos los frutos del árbol de la vida, por
la iniquidad de los mortales; pero el hombre nuevo se dedica especialmente a la
expiación y la abolición de estas prostituciones. Por eso es por lo que no
puede tener ni un solo momento de descanso, ya que el enemigo no sólo se
defiende en todo momento, por miedo a volver a los abismos, sino
que, por el contrario, siempre que
puede, procura que le abran la puerta superior del corazón del hombre, para
multiplicar cada vez más las abominaciones que acaban inundando la tierra, lo
mismo que la inundaron antes del diluvio".
El Hombre Nuevo, 33