“No se sube a la montaña para quedarse sentado en
la cima. La bajada forma parte de la subida. Esto nos lo recordó Jesús cuando, después de
la transfiguración en el monte [Tabor], no mandó construir tres cabañas, como
era el deseo de sus discípulos, sino que les instigó a bajar. Una vez llegados
al pie del monte, les informó de que tenía que ir a Jerusalén, donde tendría
que sufrir. Resumiendo: una mística que se retira del mundo sería una
pseudomística. Sería una regresión, mientras que la experiencia mística auténtica vuelve a
conducir invariablemente de vuelta a la vida. Misticismo es vida cotidiana, pues la vida
diaria es el lugar de encuentro del ser humano con la Realidad primera. Tan solo en el instante
de la vida vivida tiene lugar la comunicación con Dios, para lo cual, en el
arte religioso se inventó el símbolo de la mandorla.
La mandorla está formada por dos óvalos
que se superponen: el ámbito de la personalidad humana y el de la
transpersonalidad divina. En el arte románico se representa a Cristo en ambos
óvalos; y en el budismo ocurre lo mismo con las representaciones de Shakyamuni
Buda. Se conoce que la mandorla es más antigua que ambas religiones; representa la sobrenaturaleza y la naturaleza, lo
divino y lo humano. Allí donde se superponen los dos óvalos se encuentra la
“persona Dios”. Es
el ámbito en el que ambos aspectos de la realidad coinciden. Así que en el
misticismo no se trata de apartarse del mundo o de despreciar el mundo, sino de
una forma completamente nueva de amor al mundo”.
La
ola es el mar – Willigis Jäger
Y es así cómo el joven filósofo que se
adentró en el Monte Athos buscando ser instruido en la oración hesicasta,
volvió a su casa a petición de su mentor, el Padre Serafín:
“…le pidió que dejara Athos, que
volviera a su casa y que viese allí lo que quedaba de esas bellas meditaciones
hesicastas.
El joven se fue. Volvió a su país. Lo
encontraron más delgado y no vieron nada espiritual en su barba, más bien
sucia, ni en su aspecto más bien descuidado... Pero la vista de su ciudad no le
hizo olvidar la enseñanza de su staretz.
Cuando estaba muy agobiado, sin nada de
tiempo, se sentaba como una montaña en la terraza del café.
Cuando sentía en él orgullo o vanidad,
se acordaba de la amapola (“toda flor se marchita”), y de nuevo su corazón se
volvía hacia la luz que no pasa nunca.
Cuando la tristeza, la cólera, el
disgusto, invadía su alma, respiraba profundamente, como un océano, volvía a
tomar aliento en el soplo de Dios, invocaba su nombre y murmuraba: “Kyrie
Eleison”.
Cuando veía el sufrimiento de los seres
humanos, su maldad y su impotencia para cambiar nada, se acordaba de la
meditación de Abraham.
Cuando le calumniaban, cuando decían de
él todo tipo de infamias, era feliz meditando con Cristo...
Exteriormente era un hombre como los
demás. No intentaba tener “aire de santo”...
Había olvidado incluso que practicaba el
método de oración hesicasta; simplemente
intentaba amar a Dios en cada momento y caminar en su presencia”.
EL
METODO DE ORACION HESICASTA,
según
la enseñanza del padre Serafín del Monte Athos