miércoles, 16 de agosto de 2017

El místico y el mundo

No se sube a la montaña para quedarse sentado en la cima. La bajada forma parte de la subida. Esto nos lo recordó Jesús cuando, después de la transfiguración en el monte [Tabor], no mandó construir tres cabañas, como era el deseo de sus discípulos, sino que les instigó a bajar. Una vez llegados al pie del monte, les informó de que tenía que ir a Jerusalén, donde tendría que sufrir. Resumiendo: una mística que se retira del mundo sería una pseudomística. Sería una regresión, mientras que la experiencia mística auténtica vuelve a conducir invariablemente de vuelta a la vida. Misticismo es vida cotidiana, pues la vida diaria es el lugar de encuentro del ser humano con la Realidad primera. Tan solo en el instante de la vida vivida tiene lugar la comunicación con Dios, para lo cual, en el arte religioso se inventó el símbolo de la mandorla.


La mandorla está formada por dos óvalos que se superponen: el ámbito de la personalidad humana y el de la transpersonalidad divina. En el arte románico se representa a Cristo en ambos óvalos; y en el budismo ocurre lo mismo con las representaciones de Shakyamuni Buda. Se conoce que la mandorla es más antigua que ambas religiones; representa la sobrenaturaleza y la naturaleza, lo divino y lo humano. Allí donde se superponen los dos óvalos se encuentra la “persona Dios”. Es el ámbito en el que ambos aspectos de la realidad coinciden. Así que en el misticismo no se trata de apartarse del mundo o de despreciar el mundo, sino de una forma completamente nueva de amor al mundo”.

La ola es el mar – Willigis Jäger


Y es así cómo el joven filósofo que se adentró en el Monte Athos buscando ser instruido en la oración hesicasta, volvió a su casa a petición de su mentor, el Padre Serafín:

“…le pidió que dejara Athos, que volviera a su casa y que viese allí lo que quedaba de esas bellas meditaciones hesicastas.

El joven se fue. Volvió a su país. Lo encontraron más delgado y no vieron nada espiritual en su barba, más bien sucia, ni en su aspecto más bien descuidado... Pero la vista de su ciudad no le hizo olvidar la enseñanza de su staretz.

Cuando estaba muy agobiado, sin nada de tiempo, se sentaba como una montaña en la terraza del café.

Cuando sentía en él orgullo o vanidad, se acordaba de la amapola (“toda flor se marchita”), y de nuevo su corazón se volvía hacia la luz que no pasa nunca.

Cuando la tristeza, la cólera, el disgusto, invadía su alma, respiraba profundamente, como un océano, volvía a tomar aliento en el soplo de Dios, invocaba su nombre y murmuraba: “Kyrie Eleison”.

Cuando veía el sufrimiento de los seres humanos, su maldad y su impotencia para cambiar nada, se acordaba de la meditación de Abraham.

Cuando le calumniaban, cuando decían de él todo tipo de infamias, era feliz meditando con Cristo...

Exteriormente era un hombre como los demás. No intentaba tener “aire de santo”... 

Había olvidado incluso que practicaba el método de oración hesicasta; simplemente intentaba amar a Dios en cada momento y caminar en su presencia”.

EL METODO DE ORACION HESICASTA,
según la enseñanza del padre Serafín del Monte Athos